Ficha de partido
FC Barcelona
5 - 0
Valencia CF
Equipos titulares
Sustituciones
Ninguno
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Kubala
44'
Descanso
45'
Moreno
47'
Basora
52'
Kubala
56'
Manchón
88'
Final del partido
90'
Estadio
Rival: FC Barcelona
Records vs FC Barcelona
Máximo goleador: Mundo Suárez (18 goles)
Goleador rival: Messi (31 goles)
Más partidos: Juan Ramón Santiago (36 partidos)
Mayor victoria: 4 - 0 (18.04.1979)
Mayor derrota: 0 - 7 (03.02.2016)
Más repetido: 1-1 (36 veces)
Crónica
«Ni los más, ancianos de la localidad recuerdan...» Así, con las palabras del clásico y socorrido tópico, podría comenzarse el comentario del más fabuloso desenlace que nunca haya disipado la más intranquilizadora de las inquietudes. Porque, tal vez con la exageración inseparable de toda clase de partidismos, pero basada en la realidad indiscutible de la tall del adversario, lo cierto es que al buen barcelonista hacia una semana no le llegaba la camisa al cuerpo mientras contemplaba en el Valencia el fantasma que aterrorizaba sus sueños en la Copa. La eliminatoria con el subcampeón de Liga, vigentes todavía en la memoria los apuros que el Barcelona padeció para superar al Valencia en su último encuentro en la Liga, se había convertido para los azulgrana en una obsesiva pesadilla.
El buen barcelonista dirá, tal vez, que ahora es muy cómodo hablar de estas cosas hasta con tono de evidente despreocupación, pero que ahí queda el recuerdo de aquellos cuarenta y, cinco o, para ser más exactos, cuarenta y cuatro primeros minutos, durante los que el juego no hizo más que dar la razón a sus temores y aprensiones. Porque con diez jugadores en uso a los diecinueve minutos, por culpa de una inoportuna y fortuita lesión de Biosca al chocar con Ramallets, y juego con dos líneas desbaratadas (la defensa sin Biosca y con César y la delantera sin César y con Biosca) desde los treinta minutos, a los que regresó al campo el central azulgrana, y lo que es peor sin goles ni indicios de ellos por ninguna parte, el problema que temían les planteara el Valencia se estaba convirtiendo en el inquietante e insoluble de la cuadratura del circulo.
No obstante los recelosos comentarios de que estuvo poblado el descanso, sólo animados por la impresión que había producido el extraordinario disparo de Kubala que, lanzado rozando el final del tiempo y al parecer en fuera de juego, constituía por entonces lo único positivo para el Barcelona, además de la indiscutible baza de haber resistido al Valencia en inferioridad numérica; no obstante el ambiente de inquietud que persistía por la aparente confirmación de las dificultades que le habían caído encima al Barcelona en la primera eliminatoria en serio de la Copa, nadie podía suponer que la solución del partido y con toda seguridad la de la propia eliminatoria era tan inminente que sólo aguardaba el primer sonido del silbato del arbitro para manifestarse de la forma más inesperada, y a la vez brillaste y contundente, con que la fantasía del más imaginativo y ambicioso barcelonista hubiera podido especular jamás.
Y sin embargo la realidad que palpitaba ya en los primeros forcejeos nerviosos del segundo tiempo iba a ser así. Como un mentís de sus imprecisiones, dudas y vacilaciones de la primera parte, los jugadores del Barcelona, desde César, que estaba siendo el más firme puntal de la defensa, hasta el mismo Biosca que cerraría la fase a punto de abrirse con un espectacular cabezazo, todos supieron aprovechar una de esas rachas de eficacia irresistible que definen, como su característica más acusada, el estilo del Barcelona. Y durante diez o quince minutos los jugadores azulgrana se lanzaron tras la pelota con mucha decisión, una insistencia y un acierto verdaderamente escalofriantes. Superado por aquella presión agobiadora, desbordadas sus líneas de cobertura, agotada la capacidad de aguante, el Valencia, tan recio de ordinario, sucumbió, emergiendo sólo, entre el naufragio geneial, como el mástil del estandarte, la animosa brega de Puchades.
Seguramente no hubo pacto con el demonio, pero el Barcelona incorporó endiabladamente durante aquel cuarto de hora inolvidable las más clásicas esencias del fútbol: juego raso, veloz e incisivo. Bastará con recordar que en menos de diez minutos batió por tres veces la puerta del Valencia, esa puerta que sus jugadores defienden con ahinco, energía y rudeza, proverbiales. Menos de diez minutos le bastaron, pues, al Barcelona para aplastar al Valencia cortándole las alas de su vuelo en la Copa y, sin tiempo, para tranquilizarles (tan rápida fue la transición), poner al rojo las manos de sus partidarios arrancándoles ovación tras ovación, preparando un viaje a Mestalla libre de inquietudes, aunque con una seguridad vigilante. Y todo como resultado de diez minutos de fútbol, de auténtico fútbol, porque nada más que eso fue aquel furioso y acuciante acoso de la puerta del Valencia salpimentado de aciertos irresistibles.
El vapuleo a que el Barcelona sometió concienzudamente al Valencia, ese sorprendente cinco a cero (porque un quinto gol llegó pisándole los talones al final del partido para agrandar los términos catastróficos de la derrota) se escapa de entre los signos de admiración en que es forzoso recluirle. Pero ahí está, pesando con su fuerza decisoria, y a él es preciso atenerse. Lo cierto es que el equipo del Valencia, sensiblemente retrasado en un intento que resultó estéril de proteger su marco, evidenció su impotencia para atravesar nunca la defensa del Barcelona y que, por el contrario, el del Barcelona, sensiblemente adelantado desde su propio trío zaguero se metió con eficacia entre los huecos defensivos del Valencia y aun tuvo a su alcance oportunidades para haber convertido su cinco a cero en el resultado más clamoroso de los últimos años.
En sus líneas generales, el partido que quedó fuera de los primeros quince minutos de la segunda parte careció de excesivo relieve, absorbido casi todo él por ese habitual enconado batallar del Valencia que trató sin éxito de sorprender al Barcelona durante los minutos en que quedó reducido a diez jugadores y luego prosiguió én su brega cuando ya el Barcelona actuaba más atento que a otra cosa a conservar su ventaja y salvaguardar sus jugadores. Cogido por el torbellino en que a menudo quedó convertido el juego, al arbitro González Echevarría le sucedió lo que al Valencia. También él naufragó, pitando sin demasiada equidad. Concedió el primer gol discutible de Kubala, perdonó un penal al Valencia y se ganó abundantes protestas del público, sobre todo en los momentos de nerviosismo del primer tiempo cuando paTecía inalcanzable el deseo de batir al adversario.
El buen barcelonista dirá, tal vez, que ahora es muy cómodo hablar de estas cosas hasta con tono de evidente despreocupación, pero que ahí queda el recuerdo de aquellos cuarenta y, cinco o, para ser más exactos, cuarenta y cuatro primeros minutos, durante los que el juego no hizo más que dar la razón a sus temores y aprensiones. Porque con diez jugadores en uso a los diecinueve minutos, por culpa de una inoportuna y fortuita lesión de Biosca al chocar con Ramallets, y juego con dos líneas desbaratadas (la defensa sin Biosca y con César y la delantera sin César y con Biosca) desde los treinta minutos, a los que regresó al campo el central azulgrana, y lo que es peor sin goles ni indicios de ellos por ninguna parte, el problema que temían les planteara el Valencia se estaba convirtiendo en el inquietante e insoluble de la cuadratura del circulo.
No obstante los recelosos comentarios de que estuvo poblado el descanso, sólo animados por la impresión que había producido el extraordinario disparo de Kubala que, lanzado rozando el final del tiempo y al parecer en fuera de juego, constituía por entonces lo único positivo para el Barcelona, además de la indiscutible baza de haber resistido al Valencia en inferioridad numérica; no obstante el ambiente de inquietud que persistía por la aparente confirmación de las dificultades que le habían caído encima al Barcelona en la primera eliminatoria en serio de la Copa, nadie podía suponer que la solución del partido y con toda seguridad la de la propia eliminatoria era tan inminente que sólo aguardaba el primer sonido del silbato del arbitro para manifestarse de la forma más inesperada, y a la vez brillaste y contundente, con que la fantasía del más imaginativo y ambicioso barcelonista hubiera podido especular jamás.
Y sin embargo la realidad que palpitaba ya en los primeros forcejeos nerviosos del segundo tiempo iba a ser así. Como un mentís de sus imprecisiones, dudas y vacilaciones de la primera parte, los jugadores del Barcelona, desde César, que estaba siendo el más firme puntal de la defensa, hasta el mismo Biosca que cerraría la fase a punto de abrirse con un espectacular cabezazo, todos supieron aprovechar una de esas rachas de eficacia irresistible que definen, como su característica más acusada, el estilo del Barcelona. Y durante diez o quince minutos los jugadores azulgrana se lanzaron tras la pelota con mucha decisión, una insistencia y un acierto verdaderamente escalofriantes. Superado por aquella presión agobiadora, desbordadas sus líneas de cobertura, agotada la capacidad de aguante, el Valencia, tan recio de ordinario, sucumbió, emergiendo sólo, entre el naufragio geneial, como el mástil del estandarte, la animosa brega de Puchades.
Seguramente no hubo pacto con el demonio, pero el Barcelona incorporó endiabladamente durante aquel cuarto de hora inolvidable las más clásicas esencias del fútbol: juego raso, veloz e incisivo. Bastará con recordar que en menos de diez minutos batió por tres veces la puerta del Valencia, esa puerta que sus jugadores defienden con ahinco, energía y rudeza, proverbiales. Menos de diez minutos le bastaron, pues, al Barcelona para aplastar al Valencia cortándole las alas de su vuelo en la Copa y, sin tiempo, para tranquilizarles (tan rápida fue la transición), poner al rojo las manos de sus partidarios arrancándoles ovación tras ovación, preparando un viaje a Mestalla libre de inquietudes, aunque con una seguridad vigilante. Y todo como resultado de diez minutos de fútbol, de auténtico fútbol, porque nada más que eso fue aquel furioso y acuciante acoso de la puerta del Valencia salpimentado de aciertos irresistibles.
El vapuleo a que el Barcelona sometió concienzudamente al Valencia, ese sorprendente cinco a cero (porque un quinto gol llegó pisándole los talones al final del partido para agrandar los términos catastróficos de la derrota) se escapa de entre los signos de admiración en que es forzoso recluirle. Pero ahí está, pesando con su fuerza decisoria, y a él es preciso atenerse. Lo cierto es que el equipo del Valencia, sensiblemente retrasado en un intento que resultó estéril de proteger su marco, evidenció su impotencia para atravesar nunca la defensa del Barcelona y que, por el contrario, el del Barcelona, sensiblemente adelantado desde su propio trío zaguero se metió con eficacia entre los huecos defensivos del Valencia y aun tuvo a su alcance oportunidades para haber convertido su cinco a cero en el resultado más clamoroso de los últimos años.
En sus líneas generales, el partido que quedó fuera de los primeros quince minutos de la segunda parte careció de excesivo relieve, absorbido casi todo él por ese habitual enconado batallar del Valencia que trató sin éxito de sorprender al Barcelona durante los minutos en que quedó reducido a diez jugadores y luego prosiguió én su brega cuando ya el Barcelona actuaba más atento que a otra cosa a conservar su ventaja y salvaguardar sus jugadores. Cogido por el torbellino en que a menudo quedó convertido el juego, al arbitro González Echevarría le sucedió lo que al Valencia. También él naufragó, pitando sin demasiada equidad. Concedió el primer gol discutible de Kubala, perdonó un penal al Valencia y se ganó abundantes protestas del público, sobre todo en los momentos de nerviosismo del primer tiempo cuando paTecía inalcanzable el deseo de batir al adversario.