Ficha de partido
Real Madrid
2 - 1
Valencia CF
Equipos titulares
11
Sustituciones
Ninguno
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Descanso
45'
José Vilanova
48'
Hilario
70'
Lazcano
72'
Final del partido
90'
Estadio
Rival: Real Madrid
Records vs Real Madrid
Máximo goleador: Mundo Suárez (13 goles)
Goleador rival: Raúl (17 goles)
Más partidos: Vicente Asensi (28 partidos)
Mayor victoria: 6 - 0 (09.06.1999)
Mayor derrota: 1 - 7 (23.08.1990)
Más repetido: 1-2 (27 veces)
Crónica
No fue una final grande. Fue una buena final, sin más y sin menos. El Valencia, con todos sus defectos, jugó quizás mejor de lo que nos figurábamos, elevándose a la categoría de adversario difícil para el Madrid. Este jugó menos de lo que esperábamos, mucno menos que contra el Athlétic en los famosos partidos de desempate en Casa Rabia. Pero jugó lo suficiente en la segunda parte para que su triunfo no se pueda discutir, aunque sin merecerse ni uno más de los tantos que registró el marcador.
El marco del Estadio si fue de final grande. Calculamos que habrían cincuenta mil personas. Una gran minoría valencianista, con banderitas, banderas grandes y pancartas. Se cree que sumaban diez mil, sin contar los residentes en Barcelona. Muchos madridistas, pero en número muy inferior. Los entusiasmos de estos núcleos, especialmente el de los valencianistas, no contagió a la afición catalana, que presenció la contienda con estricta imparcialidad, aplaudiendo a unos y a otros cuando lo merecían, entregándose finalmente al juego del Madrid como en Casa Rabia. Esta diferencia de aprecación con justa medida técnica se notó mayormente cuando se marcaron los dos primeros tantos, el del Valencia y el del Madrid. Montjuich, pues, ha sido digno de la final por la magnificencia de su marco y alrededores y por la neutralidad de su público.
La técnica, para triunfar, hubo de vencer muchas dificultades que no estaban solamente enfrente, acaparadas e impuestas per el entusiasmo, su fiero y eterno adversario sino que estaban también en gran cantidad en la entraña misma del propio conjunto que ya poseía. Al terminar, fracasada, la primera parte, la técnica, sabiéndose dueña y señora del fútbol, porque es la que crea la emoción, dando sabor espectacular a la jugadas, despertando la pasión sana y auténticamente deportiva en los que no sienten inclinación por colores; la técnica, digo, se acurrucó entro los jugadores del Madrid y fuese con eüos contrita y desanimada a los vestuarios. Si no hubiésemos sabido que las segundas partes del Madrid vienen siendo en la Copa lo mejor de sus partidos, hubiéramos creído que la técnica no iba a volver a salir.
Con el Valencia no esperábamos, francamente, que se decidiera a reaparecer. Los valencianos tenían bien cogido al entusiasmo y no habrían de soltarlo. Corrían el peligro de que se pasara al bando contrario, y estos no hubieran sabido qué hacer con la técnica, tan señora y tan exigente. El entusiasmo es mas franco, campechano, llano y democrático. Le basta la buena voluntad de los equipos, un poco de corazón, cuanto más mejor, buenos «sprints», y a la gloria por poco que se descuide la técnica, atildada y aristocrática.
Se burlaban de la técnica en la segunda parte, durante el descanso, las fuertes huestes valencianistas, y el grueso imparcial torcía el gesto. Oíamos y, cuando no, adivinábamos los comentarios: «En la Copa y, más aún, en su final, no valen reverencias y genuflexiones versallescas con el balón. En estos noventa minutos decisivos los equipos deben jugárselo todo, agotando las reservas, si les quedan, de la temporada. Y el Madrid juega con demasiada finura. Esto no es un rigodón. Es una final». Aseguraríamos que algún madrídista lo reconocía, murmurando entra dientes: «¡Tanta técnica nos pierde!».
¡Pobre técnica! Ella que había sido la que había traído aquí al Madrid dándole el empujón definitivo en Casa Rabia eliminando al Athlétic, Iba a tener, ahora, la culpa de que el conjunto madrileño no alcanzara el titulo. Volvieron a salir los equipos y los partidarios del entusiasmo habían aumentado. Atacó el Madrid en cuanto se puso el balón en juego, pero el entusiasmo empujaba al Valencia con otros contra Quincoces. La técnica, asustada, huyó del gran «back», éste se desconcertó, despejando inseguro en dos ocasiones, resultando en una víctima de un «foul», y en la intervención siguiente se vio acosado por los valencianistas, sin dejarle terreno para despejar y dando media vuelta, en vez de buscar salida como tantas otras veces hizo tirando alto, le dio el balón a Zamora en forma muy comprometida. Ricardo se tiró a cogerlo, no lo logró y entre las piernas de varios valencianistas quedó sujeto como entre rejas, mientras arrollaban a Quincoces llevándose el balón al fondo del marco. Costa y Vilanova habían entrado los más decididos y le cupo a Vilanova el honor de marcar el primer goal de la tarde, obra del entusiasmo, basta, porque se había marcado el goal en grupo, con embarullamiento y complicación, pero con arrojo, en un gesto hermoso de decisión y de franqueza. El entusiasmo «le podía» a la técnica, que estuvo después cinco minutos sin dar señales de vida. Hasta a Hilario le quitaban el balón en los regates, y esto ya era definitivo. El Madrid hizo un esfuerzo para serenarse, llamando a si la moral que le valió el empate del primer match en Casa Rabia contra el Athlétic. Pero éstas eran otras circunstancias y otro adversario, menos lesionado, más entero y con más fondo.
Tenía que ser fozosamente la técnica lo que sacara del mal paso al Madrid. Pero la técnica con táctica; juego raso y breve. El alto, por bien creado que estuviera, siempre había de ser dominado por los atléticos defensas valencianos. En aquellas cabezas era cortado el vuelo del balón que venia de los extremos. Torre-marathón o Torregaray y Pasarín, un diminutivo irónico, se anticipaban siempre a Samitier, que se encontraba siempre en inferioridad física, saliendo rebotado en todos los saltos que daba para alcanzar la pelota. Había que jugar de otra manera, porque por entusiasmo nada habían de poder los madrileños contra el Valencia. Jugando sucio, que también, por desgracia, es, a veces, una solución, tampoco tenían salida. A «las malas» ganaba también el equipo del Turia. Se imponía la técnica, pero ¿cómo?
Luego supimos lo que se había acordado en los vestuarios madrileños después de un conato de discusión y de inculpaciones mutuas. Se había acordado la táctica conveniente para imponer la técnica, que era la solución única del problema. Con tan buena compañía, la técnica se resolvió a salir de su escondrijo acicalada y satisfecha; pero sin orgullo, discreta, muy discretamente fuese repartiendo entre las líneas madrileñas, empezando por los defensas que se afirmaron y cortaron aquellos acosos que amenazaban con un segundo goal fatal. Después, asegurando un poco más a Bonet y dando una propineja a los alas, pasó a la delantera, que era donde más falta hacia. Aquí su labor tuvo más dificultades, porque no se entendían los cinco hombres y porque la suerte, además, no les acompañaba. Hubo un «offside» muy discutible de Luis Regueiro que hubiera sido goal, y después otro goal en un chut de Hilario que el poste empujó para afuera en vez de mandarlo adentro.
Pero la técnica, sin dudar de que la técnica, al fin, la orientaría bien, seguía su trabajo paciente y científico, dejando subir pocas veces al balón, sujetándolo contra el gazón, serena, tranquila, segura en sí misma. El entusiasmo empezó a desconcertarse, sus escapadas a ráfagas cada vez tenían menos éxito y menos terreno. La técnica lo ganaba palmo a palmo, avanzando suave, pero implacablemente. Cano tuvo que hacer entonces sus mejores jugadas, muchas de ellas notables, las más acertadas saliendo, porque la técnica amenazaba con dejarle el balón depositado y no chutado en el marco, como el que pone un objeto en un cesto. Y así cerrando el cerco, dominando al entusiasmo en su propio terreno, cercado y como si le hubieran echado la llave, la técnica triunfó con dos «goals» claros, despejados, que desde todos los rincones del Estadio se pudieron ver y admirar, resultando el primero, sobre todo, uno de los más limpios y espectaculares que recordamos.
Después, no sabemos por qué, la técnica no pudo continuar siendo eficaz porque la táctica fue otra. Dejó de ser de ataque para pasar a la defensiva, sin razón que la impusiera porque el Valencia se resentía del cansancio de su brega debido a que su juego había sido siempre más físico que técnico y, por tanto, los madrileños podían continuar atacando perfectamente. Pero no fue así, restando esto un final más brillante y meritorio a la actuación del Madrid.
Fueron sólo unos veinte minutos en la segunda parte los que jugó bien el Madrid, aunándose, como decimos, la técnica con la táctica. Y marcó los tantos en este lapso de tiempo, a los veinticinco y a los veintisiete minutos, entrados por Hilario y Lazcano, respectivamente. El canario había tirado al final de la primera parte un balonazo socerbio que inutilizó el larguero. Esta vez tuvo más puntería. Hizo la jugada pensándola y midiéndola, después de recibir un pase de Samitier. Se llevó el balón adelante y se lo preparó muy tranquilo y muy seguro de lo que iba a hacer. Tiró largo y firme. Le salió un goal monumental; sin exageración, un goal de anal, un goal de Estadio, digno de Montjuich y de la Copa. Grande en sí y por lo que significaba: el empate; esto es, aumento de emoción y factor moral de gran eficacia en los equipos, uno aturdiéndose, vacilando, decayendo; fel otru, creciendo, agigantándose.
El partido iba a cambiar. Lo cambiaba Hilario. Y en seguida, dos minutos después, Samitier realizó una jugada rasa soberbia entregándole el balón a Lazcano. Este, muy sereno, tiró adelante y cruzó raso hacia la derecha de Cano. Allí dio el balón en el poste, y así como momentos antes, en un chut similar de Hilario, el poste lo mandó fuera, esta vez lo mandó adentro.
Durante la primera parte el juego del Madrid fue superior al del Valencia. El que este desarrollaba nos resultaba, sin embargo, más de final, menos constante en las combinaciones, pero más peligroso, aunque con menos tendencia y poder para imponer dominio. Era un juego a base de escapadas, de internadas corriendo el balón muy veloz desde los defensas, que lo cogían casi siempre volando o entrando muy recios, y lo mandaban a los medios o a los mismos delanteros y éstos corrían con él al terreno de Ciríaco y Quincoces, que no siempre podían cortar el ataque con desahogo. Con excelentes defensas y notables medios, si el Valencia tuviera delantera hubiese ganado el match ya en la primera parte. Pero sus cinco «forwards» no ligan, y sobre todo no rematan con precisión, perdiéndose en este tiempo muchas ocasiones excelentes en oportunidades que su rapidez, que su entusiasmo creaba y que su falta de técnica malograba.
El Madrid dominaba durante tres minutos, y el Valencia, en una internada que duraba uno, daba más sensación de peligro, entrando más a fondo, con menos espectacularidad, pero con más eficacia en el área de goal madrileña. Dominaba con frecuencia el Madrid, con juego abierto, claro, despejado pero alto, y no había quien pudiera acertar los remates. Samitier estaba solo muchas veces, pues el Madrid, para contener los ataques por sorpresa de los valencianos, replegaba a Luis Regueiro y a Hilario. Estos jugadores desarrollaban una labor excelente, sobre todo el canario, sin desmerecer la del guipuzcoano; pero, naturalmente, cuando hacían falta delante no estaban o llegaban tarde. Hasta unos minutos antes del descanso, no logró dar el Madrid la eficacia necesaria a sus ataques, y entonces un gran tiro de Hilario en una magnífica jugada de Luis Regueiro, dio en el larguero, y tocando a Cano acabó en córner un goal casi seguro.
¿Lo merecía el Madrid? Tanto como el Valencia que en tres ocasiones menos vistosas estuvo a punto también de marcar no teniendo tampoco suerte. El resultado sin goals de la primera parte fue, pues, justo, tanto como el de la segunda con dos a uno. El Valencai tuvo el partido en el bolsillo en los momentos que siguieron al primer goal. Si el entusiasmo no usara estas traiciones con los equipos que domina, abandonándoles en cuanto la técnica ataca de firme, el Valencia, aun jugando peor en la segunda que en la primera parte, hubiera podido ganar el match marcando los dos tantos imprescindibles, porque con uno sólo ya se vio que no había de bastarle. El entusiasmo, aun desarticulando al Madrid, no pudo repetir el goal. La técnica, sin empujar tanto, repitió, remachando su triunfo. A la explosión anterior de entusiasmo valencianista, siguió el abatimiento y la indecisión después del primer goal de los madrileños, quedándoles a éstos el terreno más despejado para el segundo y definitivo. Luego se rehizo el Valencia, volvió a atacar durante los diez minutos como en la primera parte, pero «su momento» había pasado ya, y, una de las dos o tres veces en que volvió a haber peligro en sus internadas, una de Torredeflot que nos recordó la de Lafuente en la prórroga de la final del año 30, la cortó Quincoces haciendo una jugada magnífica, con la que se desquitó de sobras del fallo en el goal.
Del Valencia es difícil hacer distingos personales. Un hombre destacó mucho. Cano, que evitó infinidad de apuros lo mismo pasando balones que anticipándose a los remates con oportunas salidas. La pareja de backs. notable, cosa vieja. Pero por fuerte y poderosa falló cuando el Madrid jugó raso y con el pass pronto, resultando pesada entre tanta movilidad. Los medios, batalladores, incansables, devoradores más que destructores de juego. Pero también fallaron cuando el Madrid jugó completamente bien. Los tres nos gustaron mucho, más Iturraspe, excelente centro, y después Bertoli. La delantera, poore de recursos, insuficiente y tarda en el chut. Viva, ágil, pero torpona.
El arbitraje tuvo dos piedras en las que estuvo a punto de tropezar el señor Vilalta: el «offside» de L. Regueiro, muy discutible, y un «foul» que era un «penalty» claro en una brusquedad de Bertoli a Eugenio antes de marcar el Madrid. Ambos fallos muy peligrosos porque de ellos podía depender el resultado. Pero al buen criterio que en general había demostrado el señor Vilalta, vino a unirse el buen juego que después hizo el Madrid, resolviendo con goals limpios la situación, y el partido terminó bien, sin incidentes.
El marco del Estadio si fue de final grande. Calculamos que habrían cincuenta mil personas. Una gran minoría valencianista, con banderitas, banderas grandes y pancartas. Se cree que sumaban diez mil, sin contar los residentes en Barcelona. Muchos madridistas, pero en número muy inferior. Los entusiasmos de estos núcleos, especialmente el de los valencianistas, no contagió a la afición catalana, que presenció la contienda con estricta imparcialidad, aplaudiendo a unos y a otros cuando lo merecían, entregándose finalmente al juego del Madrid como en Casa Rabia. Esta diferencia de aprecación con justa medida técnica se notó mayormente cuando se marcaron los dos primeros tantos, el del Valencia y el del Madrid. Montjuich, pues, ha sido digno de la final por la magnificencia de su marco y alrededores y por la neutralidad de su público.
La técnica, para triunfar, hubo de vencer muchas dificultades que no estaban solamente enfrente, acaparadas e impuestas per el entusiasmo, su fiero y eterno adversario sino que estaban también en gran cantidad en la entraña misma del propio conjunto que ya poseía. Al terminar, fracasada, la primera parte, la técnica, sabiéndose dueña y señora del fútbol, porque es la que crea la emoción, dando sabor espectacular a la jugadas, despertando la pasión sana y auténticamente deportiva en los que no sienten inclinación por colores; la técnica, digo, se acurrucó entro los jugadores del Madrid y fuese con eüos contrita y desanimada a los vestuarios. Si no hubiésemos sabido que las segundas partes del Madrid vienen siendo en la Copa lo mejor de sus partidos, hubiéramos creído que la técnica no iba a volver a salir.
Con el Valencia no esperábamos, francamente, que se decidiera a reaparecer. Los valencianos tenían bien cogido al entusiasmo y no habrían de soltarlo. Corrían el peligro de que se pasara al bando contrario, y estos no hubieran sabido qué hacer con la técnica, tan señora y tan exigente. El entusiasmo es mas franco, campechano, llano y democrático. Le basta la buena voluntad de los equipos, un poco de corazón, cuanto más mejor, buenos «sprints», y a la gloria por poco que se descuide la técnica, atildada y aristocrática.
Se burlaban de la técnica en la segunda parte, durante el descanso, las fuertes huestes valencianistas, y el grueso imparcial torcía el gesto. Oíamos y, cuando no, adivinábamos los comentarios: «En la Copa y, más aún, en su final, no valen reverencias y genuflexiones versallescas con el balón. En estos noventa minutos decisivos los equipos deben jugárselo todo, agotando las reservas, si les quedan, de la temporada. Y el Madrid juega con demasiada finura. Esto no es un rigodón. Es una final». Aseguraríamos que algún madrídista lo reconocía, murmurando entra dientes: «¡Tanta técnica nos pierde!».
¡Pobre técnica! Ella que había sido la que había traído aquí al Madrid dándole el empujón definitivo en Casa Rabia eliminando al Athlétic, Iba a tener, ahora, la culpa de que el conjunto madrileño no alcanzara el titulo. Volvieron a salir los equipos y los partidarios del entusiasmo habían aumentado. Atacó el Madrid en cuanto se puso el balón en juego, pero el entusiasmo empujaba al Valencia con otros contra Quincoces. La técnica, asustada, huyó del gran «back», éste se desconcertó, despejando inseguro en dos ocasiones, resultando en una víctima de un «foul», y en la intervención siguiente se vio acosado por los valencianistas, sin dejarle terreno para despejar y dando media vuelta, en vez de buscar salida como tantas otras veces hizo tirando alto, le dio el balón a Zamora en forma muy comprometida. Ricardo se tiró a cogerlo, no lo logró y entre las piernas de varios valencianistas quedó sujeto como entre rejas, mientras arrollaban a Quincoces llevándose el balón al fondo del marco. Costa y Vilanova habían entrado los más decididos y le cupo a Vilanova el honor de marcar el primer goal de la tarde, obra del entusiasmo, basta, porque se había marcado el goal en grupo, con embarullamiento y complicación, pero con arrojo, en un gesto hermoso de decisión y de franqueza. El entusiasmo «le podía» a la técnica, que estuvo después cinco minutos sin dar señales de vida. Hasta a Hilario le quitaban el balón en los regates, y esto ya era definitivo. El Madrid hizo un esfuerzo para serenarse, llamando a si la moral que le valió el empate del primer match en Casa Rabia contra el Athlétic. Pero éstas eran otras circunstancias y otro adversario, menos lesionado, más entero y con más fondo.
Tenía que ser fozosamente la técnica lo que sacara del mal paso al Madrid. Pero la técnica con táctica; juego raso y breve. El alto, por bien creado que estuviera, siempre había de ser dominado por los atléticos defensas valencianos. En aquellas cabezas era cortado el vuelo del balón que venia de los extremos. Torre-marathón o Torregaray y Pasarín, un diminutivo irónico, se anticipaban siempre a Samitier, que se encontraba siempre en inferioridad física, saliendo rebotado en todos los saltos que daba para alcanzar la pelota. Había que jugar de otra manera, porque por entusiasmo nada habían de poder los madrileños contra el Valencia. Jugando sucio, que también, por desgracia, es, a veces, una solución, tampoco tenían salida. A «las malas» ganaba también el equipo del Turia. Se imponía la técnica, pero ¿cómo?
Luego supimos lo que se había acordado en los vestuarios madrileños después de un conato de discusión y de inculpaciones mutuas. Se había acordado la táctica conveniente para imponer la técnica, que era la solución única del problema. Con tan buena compañía, la técnica se resolvió a salir de su escondrijo acicalada y satisfecha; pero sin orgullo, discreta, muy discretamente fuese repartiendo entre las líneas madrileñas, empezando por los defensas que se afirmaron y cortaron aquellos acosos que amenazaban con un segundo goal fatal. Después, asegurando un poco más a Bonet y dando una propineja a los alas, pasó a la delantera, que era donde más falta hacia. Aquí su labor tuvo más dificultades, porque no se entendían los cinco hombres y porque la suerte, además, no les acompañaba. Hubo un «offside» muy discutible de Luis Regueiro que hubiera sido goal, y después otro goal en un chut de Hilario que el poste empujó para afuera en vez de mandarlo adentro.
Pero la técnica, sin dudar de que la técnica, al fin, la orientaría bien, seguía su trabajo paciente y científico, dejando subir pocas veces al balón, sujetándolo contra el gazón, serena, tranquila, segura en sí misma. El entusiasmo empezó a desconcertarse, sus escapadas a ráfagas cada vez tenían menos éxito y menos terreno. La técnica lo ganaba palmo a palmo, avanzando suave, pero implacablemente. Cano tuvo que hacer entonces sus mejores jugadas, muchas de ellas notables, las más acertadas saliendo, porque la técnica amenazaba con dejarle el balón depositado y no chutado en el marco, como el que pone un objeto en un cesto. Y así cerrando el cerco, dominando al entusiasmo en su propio terreno, cercado y como si le hubieran echado la llave, la técnica triunfó con dos «goals» claros, despejados, que desde todos los rincones del Estadio se pudieron ver y admirar, resultando el primero, sobre todo, uno de los más limpios y espectaculares que recordamos.
Después, no sabemos por qué, la técnica no pudo continuar siendo eficaz porque la táctica fue otra. Dejó de ser de ataque para pasar a la defensiva, sin razón que la impusiera porque el Valencia se resentía del cansancio de su brega debido a que su juego había sido siempre más físico que técnico y, por tanto, los madrileños podían continuar atacando perfectamente. Pero no fue así, restando esto un final más brillante y meritorio a la actuación del Madrid.
Fueron sólo unos veinte minutos en la segunda parte los que jugó bien el Madrid, aunándose, como decimos, la técnica con la táctica. Y marcó los tantos en este lapso de tiempo, a los veinticinco y a los veintisiete minutos, entrados por Hilario y Lazcano, respectivamente. El canario había tirado al final de la primera parte un balonazo socerbio que inutilizó el larguero. Esta vez tuvo más puntería. Hizo la jugada pensándola y midiéndola, después de recibir un pase de Samitier. Se llevó el balón adelante y se lo preparó muy tranquilo y muy seguro de lo que iba a hacer. Tiró largo y firme. Le salió un goal monumental; sin exageración, un goal de anal, un goal de Estadio, digno de Montjuich y de la Copa. Grande en sí y por lo que significaba: el empate; esto es, aumento de emoción y factor moral de gran eficacia en los equipos, uno aturdiéndose, vacilando, decayendo; fel otru, creciendo, agigantándose.
El partido iba a cambiar. Lo cambiaba Hilario. Y en seguida, dos minutos después, Samitier realizó una jugada rasa soberbia entregándole el balón a Lazcano. Este, muy sereno, tiró adelante y cruzó raso hacia la derecha de Cano. Allí dio el balón en el poste, y así como momentos antes, en un chut similar de Hilario, el poste lo mandó fuera, esta vez lo mandó adentro.
Durante la primera parte el juego del Madrid fue superior al del Valencia. El que este desarrollaba nos resultaba, sin embargo, más de final, menos constante en las combinaciones, pero más peligroso, aunque con menos tendencia y poder para imponer dominio. Era un juego a base de escapadas, de internadas corriendo el balón muy veloz desde los defensas, que lo cogían casi siempre volando o entrando muy recios, y lo mandaban a los medios o a los mismos delanteros y éstos corrían con él al terreno de Ciríaco y Quincoces, que no siempre podían cortar el ataque con desahogo. Con excelentes defensas y notables medios, si el Valencia tuviera delantera hubiese ganado el match ya en la primera parte. Pero sus cinco «forwards» no ligan, y sobre todo no rematan con precisión, perdiéndose en este tiempo muchas ocasiones excelentes en oportunidades que su rapidez, que su entusiasmo creaba y que su falta de técnica malograba.
El Madrid dominaba durante tres minutos, y el Valencia, en una internada que duraba uno, daba más sensación de peligro, entrando más a fondo, con menos espectacularidad, pero con más eficacia en el área de goal madrileña. Dominaba con frecuencia el Madrid, con juego abierto, claro, despejado pero alto, y no había quien pudiera acertar los remates. Samitier estaba solo muchas veces, pues el Madrid, para contener los ataques por sorpresa de los valencianos, replegaba a Luis Regueiro y a Hilario. Estos jugadores desarrollaban una labor excelente, sobre todo el canario, sin desmerecer la del guipuzcoano; pero, naturalmente, cuando hacían falta delante no estaban o llegaban tarde. Hasta unos minutos antes del descanso, no logró dar el Madrid la eficacia necesaria a sus ataques, y entonces un gran tiro de Hilario en una magnífica jugada de Luis Regueiro, dio en el larguero, y tocando a Cano acabó en córner un goal casi seguro.
¿Lo merecía el Madrid? Tanto como el Valencia que en tres ocasiones menos vistosas estuvo a punto también de marcar no teniendo tampoco suerte. El resultado sin goals de la primera parte fue, pues, justo, tanto como el de la segunda con dos a uno. El Valencai tuvo el partido en el bolsillo en los momentos que siguieron al primer goal. Si el entusiasmo no usara estas traiciones con los equipos que domina, abandonándoles en cuanto la técnica ataca de firme, el Valencia, aun jugando peor en la segunda que en la primera parte, hubiera podido ganar el match marcando los dos tantos imprescindibles, porque con uno sólo ya se vio que no había de bastarle. El entusiasmo, aun desarticulando al Madrid, no pudo repetir el goal. La técnica, sin empujar tanto, repitió, remachando su triunfo. A la explosión anterior de entusiasmo valencianista, siguió el abatimiento y la indecisión después del primer goal de los madrileños, quedándoles a éstos el terreno más despejado para el segundo y definitivo. Luego se rehizo el Valencia, volvió a atacar durante los diez minutos como en la primera parte, pero «su momento» había pasado ya, y, una de las dos o tres veces en que volvió a haber peligro en sus internadas, una de Torredeflot que nos recordó la de Lafuente en la prórroga de la final del año 30, la cortó Quincoces haciendo una jugada magnífica, con la que se desquitó de sobras del fallo en el goal.
Del Valencia es difícil hacer distingos personales. Un hombre destacó mucho. Cano, que evitó infinidad de apuros lo mismo pasando balones que anticipándose a los remates con oportunas salidas. La pareja de backs. notable, cosa vieja. Pero por fuerte y poderosa falló cuando el Madrid jugó raso y con el pass pronto, resultando pesada entre tanta movilidad. Los medios, batalladores, incansables, devoradores más que destructores de juego. Pero también fallaron cuando el Madrid jugó completamente bien. Los tres nos gustaron mucho, más Iturraspe, excelente centro, y después Bertoli. La delantera, poore de recursos, insuficiente y tarda en el chut. Viva, ágil, pero torpona.
El arbitraje tuvo dos piedras en las que estuvo a punto de tropezar el señor Vilalta: el «offside» de L. Regueiro, muy discutible, y un «foul» que era un «penalty» claro en una brusquedad de Bertoli a Eugenio antes de marcar el Madrid. Ambos fallos muy peligrosos porque de ellos podía depender el resultado. Pero al buen criterio que en general había demostrado el señor Vilalta, vino a unirse el buen juego que después hizo el Madrid, resolviendo con goals limpios la situación, y el partido terminó bien, sin incidentes.