Ficha de partido
At. Madrid
3 - 0
Valencia CF
Equipos titulares
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Escudero
30'
Descanso
45'
Silva
86'
Molina
89'
Final del partido
90'
Estadio
Rival: At. Madrid
Records vs At. Madrid
Máximo goleador: Mundo Suárez (16 goles)
Goleador rival: Luis Aragonés (12 goles)
Más partidos: Manolo Mestre (32 partidos)
Mayor victoria: 9 - 1 (13.09.1936)
Mayor derrota: 0 - 5 (10.11.1985)
Más repetido: 1-1 (22 veces)
Crónica
La evolución del torneo de Liga y las transformaciones experimentadas en su juego por los equipos participantes han venido a producir una curiosa e inesperada situación: que el colista de hace unas semanas, el equipo que parecía, casi irrevocablemente, condenado al descenso, sea ahora, en las postrimerías de la Liga, el que puede, hacer o deshacer un campeón. En efecto, el Atléticto madrileño destruyó el domingo en el Metropolitano el setenta por ciento de las probabilidades que todavía tenía el Valencia de ser el campeón y el juego rojiblanco, aun con defectos evidentes, apuntó tal brío y tal moral, que bien pudiera hundir el domingo próximo el esquife del Real Madrid, que en medio de tormentas como la de Les Corts prosigue valientemente su navegación hacia un título que no posee desde hace cuatro lustros.
Para los seguidores del Atlético, que tanto padecieron a principios de temporada, este poder adquirido por su equipo, que parece libre de mayores peligros, y que si ya no puede ganar la Liga tiene el poder de hacer que otros tampoco la ganen, ha de ser un consuelo y una gran compensación moral, aunque tal vez el partido "fratricida" que se celebrará dentro de ocho días en Chamartín sea, en definitiva, un mal para el fútbol madrileño. La alegría mayor es que el Atlético salió rotundamente victorioso de la difícil prueba que le planteaba el Valencia, ante cuya merecida fama se justificaban todos los temores. Los rojiblancos jugaron menos durante la primera parte, especialmente en sus primeros veinticinco minutos, pero en ese período tuvieron a su favor dos hadas poderosas, la suerte, que privó al Valencia de tres goles que muy bien hubieran podido contabilizarse en el marcador, y la irresolución de la delantera blanca; que a pesar de haber, sido hasta el presente la segunda en capacidad realizadora, se mostró en el Metropolitano falta de empuje y profundidad. En cambio, en el segundo tiempo, cuando las lesiones de Herrera y Callejo podrían haber provocado el naufragio Atlético, el resurgimiento por ráfagas de Silva y el entusiasmo de Escudero, pusieron flotadores a la nave rojiblanca para que llegara victoriosamente a puerto.
No sabemos qué reminiscencias litorales llenan nuestra crónica de hoy de símiles marineros. Tal vez el Valencia traía un viento mediterráneo que impedía como velas las camisetas blancas de Puchades y Pasieguito y se rompía blandamente, ya en el palo mayor de Wilkes, un fenómeno del fútbol, que el domingo navegó, en conserva como galeón que prescinde de sus baterías para dedicarse a aprovisionar a los barcos menores. Colocado siempre en zonas retrasadas, buscando con aguda perspicacia la salida del balón para adueñarse de él, el holandés demostraba ser un as del juego, pero poco partidario de marinear por esas zonas bajas donde los escollos de la defensa contraria. Escoltado por jugadores sin calidad, al menos el domingo, sin tiro, Wilkes, al renunciar a romper con su quilla la barrera rojiblanca, renunciaba a la victoria para el Valencia, y por eso, cuando pasados veinticinco minutos de la primera parte los levantinos habían marrado sus más claras oportunidades de marcar, la superioridad de su forma empezaba a desvanecerse como esas nieblas matinales que la brisa de tierra barre dejando un día claro.
El primer soplo lo dio el gol de Escudero, que convertía en tanto el primer tiro efectivo a la puerta de Quique. Ya había anulado Menéndez, con espléndidas paradas, un buen remate de Buqué, un disparo de Fuertes y otro remate de cabeza al ángulo realizado por el interior derecha valenciano, cuando en momentos de
dominio levantino, un profundo pase de Hernández daba ocasión a Escudero para tirar rápido desde lejos y muy cruzado y colocar la pelota en la red, desequilibrando el marcador a favor del Atlético y dando la vuelta a un encuentro que hasta entonces tenía color valencianista. Esto es el fútbol. Un equipo que está oponiendo entusiasmo a la mejor clase de su contrario; que se ve dominado por un conjunto que funciona mejor, pero no atina a resolver su superioridad traduciéndola en goles y que acierta a dar a su estilo un punto de eficacia suficiente para compensar en un instante feliz media hora de dominio adversario.
El gol a contrapelo hizo arrepentirse al Valencia de su error inicial de tener a Puchades, medio de ataque, replegado por sistema. El rubio de Sueca adelantó su posición en el terreno y el Valencia volvió a ser el maestro de la situación. Wilkes, enamorado de sí mismo, avanzó poco después con la pelota, a sus pies, flanqueado a la izquierda por Fuertes y Seguí y a la derecha por Manó, frente a Martín que retrocedía para conservar entre los cuatro jugadores blancos y Menéndez el último bastión de su cuerpo. Un pase a cualquiera de los lados hubiera ocasionado el gol inevitable. Pero Wilkes veía allí su oportunidad, sin peligro, conservó la pelota para sí, y finalmente, el defensa rojiblanco consiguió impedirle el tiro, rompiendo con ello la oportunidad valencianista que hubiera abierto casi de seguro el camino de la victoria. Poco después Miguel estrellaba un balón en el larguero y la primera parte terminaba con algunos peligros ante la meta rojiblanca, pero con el uno a cero esperanzador en la casilla local.
La segunda parte del encuentro bajó mucho en calidad. El Valencia estaba más lento que antes e igual de irresoluto en su vanguardia; Wilkes, a pesar de ver lesionado a Herrera, seguía renunciando a establecer su gran juego allí, donde precisamente debe batallar un delantero centro, pese a lo que digan todos los superferolíticos de la técnica, y por eso el Atlético, con Herrera convertido en ün vigésimo de sí mismo, y Cobo, mermado por los efectos de un balonazo recibido poco antes, siguió capeando las tarascadas blancas y avanzando, sobre Quique cada vez que la posición, ahora adelantada de Pasieguito, abría un portillo en esa faja central señoreada casi siempre por los volantes internacionales del Valencia. Se veía que las incursiones rojiblancas eran peligrosas, porque Escudero estaba muy combativo y Molina lograba, muchas veces, ordenar el avance en combinación con Silva, que resurgía después de un primer tiempo gris. Fallaba Callejo, lesionado desde el principio, y Miguel podía escasas veces con el mareaje de Sócrates, capaz de neutralizar al veloz extremo sin vigilarle demasiado de cerca.
La nueva situación, abundante en avances y repliegues, sin coherencia, pero con rapidez, descendía cada vez más en calidad, y si no hubiera sido porque con un solo tanto el resultado seguía dudoso, el gentío que abarrotaba el estadio se hubiera sentido presa del aburrimiento. Por fin, tras cuarenta minutos de este forcejeo sin clase, con jugadas aisladas de Wilkes, alardes de Puchades, aciertos de Monzó y felices réplicas de Silva, Mujica y Escudero, Silva coronó una rápida y profunda combinación de Molina y Escudero con un cabezazo, que metió el balón en la meta blanca, asegurando por completo el resultado victorioso.
Todavía encontró Molina en el minuto final la ocasión de rematar de cerca y suave un centro raso de Escudero. La pelota pasó, por delante da Quique, agarrotado inexplicablemente, dio en el palo y se fue a besar la red, amplificando un triunfo que parecía tan lejano cuando el Valencia apretaba en los comienzos del encuentro. El Valencia jugó bien en su zona de retaguardia, donde Monzó, viejo granadero de la perdida aspereza levantina, está flanqueado por dos elementos jóvenes excelentes que prometen ir a más: Ibáñez, sobrio y efectivo, y Sócrates, un delantero que encuentra buen sitio en las tareas defensivas. Puchades.estuvo bien en el primer tiempo y soberbio en el segundo, acertando a colocarse siempre a tiempo para cortar, avanzando con brío y sirviendo a sus delanteros con mayor temple que en otros tiempos. Pasieguito brilló menos, aunque acreditó su clase. Los delanteros fueron los hombres menos valiosos del equipo. Maño hizo uso de su rapidez y facilidad para filtrarse, pero ni Buqué, ni Fuertes se acreditaron en ningún momento como, constructores o rematadores.
Seguí no parece ser el extremo internacional de otras temporadas, y Wilkes, ha renunciado ser eso que llaman con expresión tan bárbara como eficaz, el "goleador", para dedicarse a construir juego. Con ello, el gran equipo blanco, porque es un notable conjunto, se ha quedado, de momento, inofensivo. Hace ocho días ganó al Barcelona gracias al gol marcado por uno de sus medios, Pasieguito. Este domingo fue incapaz de romper la valla de Menéndez. Así no se llega a campeón.
El Atlético no estuvo mejor que otras veces. Sí más afortunado. Destaquemos a Hernández, Mújica y Escudero, y, salvemos a Miguel y a Silva en sus ratos de buen juego. Cumplieron Molina y Martín y salieron del paso y de sus lesiones, Herrera, Cobo y Callejo. El colegiado que dirigió el encuentro, Sr. Méndez, nuevo en esta plaza, fue discretamente casero, pitó lo menos que pudo y no tuvo grandes fallos. El partido, afortunadamente, fue correcto y fácil para él.
Para los seguidores del Atlético, que tanto padecieron a principios de temporada, este poder adquirido por su equipo, que parece libre de mayores peligros, y que si ya no puede ganar la Liga tiene el poder de hacer que otros tampoco la ganen, ha de ser un consuelo y una gran compensación moral, aunque tal vez el partido "fratricida" que se celebrará dentro de ocho días en Chamartín sea, en definitiva, un mal para el fútbol madrileño. La alegría mayor es que el Atlético salió rotundamente victorioso de la difícil prueba que le planteaba el Valencia, ante cuya merecida fama se justificaban todos los temores. Los rojiblancos jugaron menos durante la primera parte, especialmente en sus primeros veinticinco minutos, pero en ese período tuvieron a su favor dos hadas poderosas, la suerte, que privó al Valencia de tres goles que muy bien hubieran podido contabilizarse en el marcador, y la irresolución de la delantera blanca; que a pesar de haber, sido hasta el presente la segunda en capacidad realizadora, se mostró en el Metropolitano falta de empuje y profundidad. En cambio, en el segundo tiempo, cuando las lesiones de Herrera y Callejo podrían haber provocado el naufragio Atlético, el resurgimiento por ráfagas de Silva y el entusiasmo de Escudero, pusieron flotadores a la nave rojiblanca para que llegara victoriosamente a puerto.
No sabemos qué reminiscencias litorales llenan nuestra crónica de hoy de símiles marineros. Tal vez el Valencia traía un viento mediterráneo que impedía como velas las camisetas blancas de Puchades y Pasieguito y se rompía blandamente, ya en el palo mayor de Wilkes, un fenómeno del fútbol, que el domingo navegó, en conserva como galeón que prescinde de sus baterías para dedicarse a aprovisionar a los barcos menores. Colocado siempre en zonas retrasadas, buscando con aguda perspicacia la salida del balón para adueñarse de él, el holandés demostraba ser un as del juego, pero poco partidario de marinear por esas zonas bajas donde los escollos de la defensa contraria. Escoltado por jugadores sin calidad, al menos el domingo, sin tiro, Wilkes, al renunciar a romper con su quilla la barrera rojiblanca, renunciaba a la victoria para el Valencia, y por eso, cuando pasados veinticinco minutos de la primera parte los levantinos habían marrado sus más claras oportunidades de marcar, la superioridad de su forma empezaba a desvanecerse como esas nieblas matinales que la brisa de tierra barre dejando un día claro.
El primer soplo lo dio el gol de Escudero, que convertía en tanto el primer tiro efectivo a la puerta de Quique. Ya había anulado Menéndez, con espléndidas paradas, un buen remate de Buqué, un disparo de Fuertes y otro remate de cabeza al ángulo realizado por el interior derecha valenciano, cuando en momentos de
dominio levantino, un profundo pase de Hernández daba ocasión a Escudero para tirar rápido desde lejos y muy cruzado y colocar la pelota en la red, desequilibrando el marcador a favor del Atlético y dando la vuelta a un encuentro que hasta entonces tenía color valencianista. Esto es el fútbol. Un equipo que está oponiendo entusiasmo a la mejor clase de su contrario; que se ve dominado por un conjunto que funciona mejor, pero no atina a resolver su superioridad traduciéndola en goles y que acierta a dar a su estilo un punto de eficacia suficiente para compensar en un instante feliz media hora de dominio adversario.
El gol a contrapelo hizo arrepentirse al Valencia de su error inicial de tener a Puchades, medio de ataque, replegado por sistema. El rubio de Sueca adelantó su posición en el terreno y el Valencia volvió a ser el maestro de la situación. Wilkes, enamorado de sí mismo, avanzó poco después con la pelota, a sus pies, flanqueado a la izquierda por Fuertes y Seguí y a la derecha por Manó, frente a Martín que retrocedía para conservar entre los cuatro jugadores blancos y Menéndez el último bastión de su cuerpo. Un pase a cualquiera de los lados hubiera ocasionado el gol inevitable. Pero Wilkes veía allí su oportunidad, sin peligro, conservó la pelota para sí, y finalmente, el defensa rojiblanco consiguió impedirle el tiro, rompiendo con ello la oportunidad valencianista que hubiera abierto casi de seguro el camino de la victoria. Poco después Miguel estrellaba un balón en el larguero y la primera parte terminaba con algunos peligros ante la meta rojiblanca, pero con el uno a cero esperanzador en la casilla local.
La segunda parte del encuentro bajó mucho en calidad. El Valencia estaba más lento que antes e igual de irresoluto en su vanguardia; Wilkes, a pesar de ver lesionado a Herrera, seguía renunciando a establecer su gran juego allí, donde precisamente debe batallar un delantero centro, pese a lo que digan todos los superferolíticos de la técnica, y por eso el Atlético, con Herrera convertido en ün vigésimo de sí mismo, y Cobo, mermado por los efectos de un balonazo recibido poco antes, siguió capeando las tarascadas blancas y avanzando, sobre Quique cada vez que la posición, ahora adelantada de Pasieguito, abría un portillo en esa faja central señoreada casi siempre por los volantes internacionales del Valencia. Se veía que las incursiones rojiblancas eran peligrosas, porque Escudero estaba muy combativo y Molina lograba, muchas veces, ordenar el avance en combinación con Silva, que resurgía después de un primer tiempo gris. Fallaba Callejo, lesionado desde el principio, y Miguel podía escasas veces con el mareaje de Sócrates, capaz de neutralizar al veloz extremo sin vigilarle demasiado de cerca.
La nueva situación, abundante en avances y repliegues, sin coherencia, pero con rapidez, descendía cada vez más en calidad, y si no hubiera sido porque con un solo tanto el resultado seguía dudoso, el gentío que abarrotaba el estadio se hubiera sentido presa del aburrimiento. Por fin, tras cuarenta minutos de este forcejeo sin clase, con jugadas aisladas de Wilkes, alardes de Puchades, aciertos de Monzó y felices réplicas de Silva, Mujica y Escudero, Silva coronó una rápida y profunda combinación de Molina y Escudero con un cabezazo, que metió el balón en la meta blanca, asegurando por completo el resultado victorioso.
Todavía encontró Molina en el minuto final la ocasión de rematar de cerca y suave un centro raso de Escudero. La pelota pasó, por delante da Quique, agarrotado inexplicablemente, dio en el palo y se fue a besar la red, amplificando un triunfo que parecía tan lejano cuando el Valencia apretaba en los comienzos del encuentro. El Valencia jugó bien en su zona de retaguardia, donde Monzó, viejo granadero de la perdida aspereza levantina, está flanqueado por dos elementos jóvenes excelentes que prometen ir a más: Ibáñez, sobrio y efectivo, y Sócrates, un delantero que encuentra buen sitio en las tareas defensivas. Puchades.estuvo bien en el primer tiempo y soberbio en el segundo, acertando a colocarse siempre a tiempo para cortar, avanzando con brío y sirviendo a sus delanteros con mayor temple que en otros tiempos. Pasieguito brilló menos, aunque acreditó su clase. Los delanteros fueron los hombres menos valiosos del equipo. Maño hizo uso de su rapidez y facilidad para filtrarse, pero ni Buqué, ni Fuertes se acreditaron en ningún momento como, constructores o rematadores.
Seguí no parece ser el extremo internacional de otras temporadas, y Wilkes, ha renunciado ser eso que llaman con expresión tan bárbara como eficaz, el "goleador", para dedicarse a construir juego. Con ello, el gran equipo blanco, porque es un notable conjunto, se ha quedado, de momento, inofensivo. Hace ocho días ganó al Barcelona gracias al gol marcado por uno de sus medios, Pasieguito. Este domingo fue incapaz de romper la valla de Menéndez. Así no se llega a campeón.
El Atlético no estuvo mejor que otras veces. Sí más afortunado. Destaquemos a Hernández, Mújica y Escudero, y, salvemos a Miguel y a Silva en sus ratos de buen juego. Cumplieron Molina y Martín y salieron del paso y de sus lesiones, Herrera, Cobo y Callejo. El colegiado que dirigió el encuentro, Sr. Méndez, nuevo en esta plaza, fue discretamente casero, pitó lo menos que pudo y no tuvo grandes fallos. El partido, afortunadamente, fue correcto y fácil para él.