Ficha de partido
At. Madrid
4 - 0
Valencia CF
Equipos titulares
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Pérez Payá
16'
Escudero
27'
Ben Barek
45'
Descanso
45'
Múgica (Pen.)
46'
Final del partido
90'
Estadio
Rival: At. Madrid
Records vs At. Madrid
Máximo goleador: Mundo Suárez (16 goles)
Goleador rival: Luis Aragonés (12 goles)
Más partidos: Manolo Mestre (32 partidos)
Mayor victoria: 9 - 1 (13.09.1936)
Mayor derrota: 0 - 5 (10.11.1985)
Más repetido: 1-1 (22 veces)
Crónica
Muchos entrenadores, antes de cormenzar cada partido, explican sesudamente lo que cada uno de los jugadores tiene que hacer sobre el terreno. Es una especie de plan de batalla, que yo he escuchado algunas veces, y del que luego se hace caso, si se puede. Porque el otro experto, en su caseta, también da las instrucciones que, lógicamente, tienen finalidad opuesta.
Ahora bien, yo no estaba acostumbrado a ver que un equipo diera tantas facilidades para que el rival impulsara sus mecanismos tácticos. El conjunto de Mestalla traía una reputación, una clasificación (que es lo indiscutible) y un entrenador apellidado Quincoces que no es lerdo en la cuestión. Sin embargo, sean cuales fueren las instrucciones que éste diera a sus muchachos, los muchachos optaron por entregarse a ese entretenido juego "aéreo", que es el que más desacredita al que lo practica, y de rechazo mayores oportunidades ofrece a los rivales para la fácil neutralización.
Así, suponiendo que, Herrera, como cualquiera general, instruyera cuidadosamente a sus capitanes acerca de la posición relativa que en el campo debían adoptar, lo cierto fué que la soldadesca de Quincoces hizo todo cuanto pudo por entregarse en manos y pies de los rivales. De donde surgió un partido fácil, suave a ratos, brillante, dos o tres veces emocionante (cuando el Valencia estuvo a punto de marcar e inexplicablemente no lo consiguió) y siempre entretenido, porque el Atlético, obediente a las instrucciones de su alto mando fue colocando los goles a los quince, a los treinta y a los cuarenta y cuatro minutos. Es decir, a su debido tiempo, y con los pronunciamientos favorables para que la muchedumbre se entusiasmase y el Valencia, nunca desfondado, continuara oponiendo aquella extraña resistencia que consistió siempre, en jugar a gusto del consumidor de tantos.
De todo lo cual se infiere que el partido fue bonito, aunque no con exageración, y que la superioridad local ofreció sus pruebas más radiantes en la línea de medios y en la eficacia del ataque. Ah, y otra conclusión: este Valencia, que ya no es bronco, ni se defiende cerradamente, hizo en el Metropolitano, una de sus más modestas exhibiciones, demostrativa de que a la hora final no estará en el primer puesto. Ni demasiado cerca.
Ha logrado el equipo rojiblanco reunir un conjunto de hombres, donde los suplentes pueden alternar con los titulares en pie de igualdad. De tal modo, que en esta ocasión, cuando los rojiblancos tienen abundante enfermería, el "once" no solamente no se resiente, sino que dispone de cierto número de futbolistas movidos por el elevado estímulo de ganar el puesto por méritos de guerra. Todo el secreto del grupo reside en esa línea media extraordinaria, donde Silva, como atacante es inaprehensible, y Mújica, por lo menos en esta oportunidad, ligó con los defensas estrechamente y frenó a modo de cerrojo los inofensivos intentos del ala derecha valenciana.
Todo el ímpetu que el Valencia desarrolló en algunas fases, partió de la media, de juego desarticulado. En la actualidad, Puchades, siendo el mejor de entre ellos, es un futbolista de traza vulgar. Corre y brega incesantemente, pero no hace un pase preciso, y por bajo, limitándose a interceptar mucho y a, colaborar en la tarea absurda del juego "alado", y su compañero Santacatalina, está muy bajo. Por eso el Valencia estuvo desbordado siempre que la vanguardia central raseó la pelota con esa brillantez en la que, todos ponen entusiasmo, y Pérez Paya, además, una "furia" característica y profunda, de la que será menester, hablar detenidamente.
El dominio de la pelota entre los artistas que componen el quinteto atacante, urdió maravillosos espectáculos, trenzados a impresionante velocidad. Siemrpe el delantero centro partiendo en flecha hacia el objetivo, con "sprint" soberbio, pero con dominio a pesar de ello de la pelota en todo momento. De ahí sus extraordinarias posibilidades, cada día más acusadas.
Luego de dar una sensación de constantes peligros ante la meta rival, el Atlético marcó su primer gol a los quince minutos: el pase de Mújica a Ben Barek sirvió para que, sin entretenerse, pasara con la cabeza a Pérez Paya, y éste, siempre en la brecha, tal como le llegaba la pelota empalmó un tiro raso y cruzado que llegó a la red, sin que el portero supiera por dónde. En la reacción valencianista, el ataque forastero tuvo una de esas raras oportunidades, en las que lo incomprensible resulta lanzar fuera la pelota. Pero ésto es lo que ellos hicieron.
Exactamente, a la media, hora, los rojiblancos marcaron un segundo gol magnífico: fué Silva el que llevó adelante la jugada, hasta poner la pelota a los pies de Juncosa. Este esquivó los riesgos para centrar tan pasado, que la pelota llegó sola, a la demarcación de Escudero. Y, éste, no obstante sus molestias, físicas, remató con certero cabezazo que Quique no pudo evitar.
Todavía un minutó antes de terminar el primer plazo, uno de los ataques locales cercó la meta contraria, Méndez, este jugador sin excesivo brilló, pero de tan eficaz acoplamiento al común esfuerzo, reiteró los peligros, hasta que en el barullo en torno a la meta, Ben Barek recogió la pelota a modo de fabuloso cucharón, la alojó en la garganta del pie y la insertó luego, como si dispusiera de tentáculos, en el fondo de la red. Una jugada y un gol como, un malabarismo circense.
Con 3 a 0 es difícil que un equipo no se desmoralice. Pero el Valencia, en el segundo tiempo (éste es su mayor elogio), siguió atacando. Sin embargo, a los dos minutos, Pérez Paya se adentró én el área, Monzó le hizo una falta, y el "penalty" disparado por Mújica fue el cuarto tanto. Con tal diferencia y sin aflojar la velocidad del juego, el Atlético atacó y desplegó sus fuerzas con más brillantez si cabe; la defensa valenciana contuvo con seguridad, y sus delanteros, faltos de enlaces firmes, atacaron mucho, pero sin profundidad. Y así el juego concluyó con un resultado justo que prestigia al Atlético y nos hace dudar de la calidad de los vencidos, que, esto sí, pusieron enorme voluntad por superar las dificultades que se les plantearon.
Ahora bien, yo no estaba acostumbrado a ver que un equipo diera tantas facilidades para que el rival impulsara sus mecanismos tácticos. El conjunto de Mestalla traía una reputación, una clasificación (que es lo indiscutible) y un entrenador apellidado Quincoces que no es lerdo en la cuestión. Sin embargo, sean cuales fueren las instrucciones que éste diera a sus muchachos, los muchachos optaron por entregarse a ese entretenido juego "aéreo", que es el que más desacredita al que lo practica, y de rechazo mayores oportunidades ofrece a los rivales para la fácil neutralización.
Así, suponiendo que, Herrera, como cualquiera general, instruyera cuidadosamente a sus capitanes acerca de la posición relativa que en el campo debían adoptar, lo cierto fué que la soldadesca de Quincoces hizo todo cuanto pudo por entregarse en manos y pies de los rivales. De donde surgió un partido fácil, suave a ratos, brillante, dos o tres veces emocionante (cuando el Valencia estuvo a punto de marcar e inexplicablemente no lo consiguió) y siempre entretenido, porque el Atlético, obediente a las instrucciones de su alto mando fue colocando los goles a los quince, a los treinta y a los cuarenta y cuatro minutos. Es decir, a su debido tiempo, y con los pronunciamientos favorables para que la muchedumbre se entusiasmase y el Valencia, nunca desfondado, continuara oponiendo aquella extraña resistencia que consistió siempre, en jugar a gusto del consumidor de tantos.
De todo lo cual se infiere que el partido fue bonito, aunque no con exageración, y que la superioridad local ofreció sus pruebas más radiantes en la línea de medios y en la eficacia del ataque. Ah, y otra conclusión: este Valencia, que ya no es bronco, ni se defiende cerradamente, hizo en el Metropolitano, una de sus más modestas exhibiciones, demostrativa de que a la hora final no estará en el primer puesto. Ni demasiado cerca.
Ha logrado el equipo rojiblanco reunir un conjunto de hombres, donde los suplentes pueden alternar con los titulares en pie de igualdad. De tal modo, que en esta ocasión, cuando los rojiblancos tienen abundante enfermería, el "once" no solamente no se resiente, sino que dispone de cierto número de futbolistas movidos por el elevado estímulo de ganar el puesto por méritos de guerra. Todo el secreto del grupo reside en esa línea media extraordinaria, donde Silva, como atacante es inaprehensible, y Mújica, por lo menos en esta oportunidad, ligó con los defensas estrechamente y frenó a modo de cerrojo los inofensivos intentos del ala derecha valenciana.
Todo el ímpetu que el Valencia desarrolló en algunas fases, partió de la media, de juego desarticulado. En la actualidad, Puchades, siendo el mejor de entre ellos, es un futbolista de traza vulgar. Corre y brega incesantemente, pero no hace un pase preciso, y por bajo, limitándose a interceptar mucho y a, colaborar en la tarea absurda del juego "alado", y su compañero Santacatalina, está muy bajo. Por eso el Valencia estuvo desbordado siempre que la vanguardia central raseó la pelota con esa brillantez en la que, todos ponen entusiasmo, y Pérez Paya, además, una "furia" característica y profunda, de la que será menester, hablar detenidamente.
El dominio de la pelota entre los artistas que componen el quinteto atacante, urdió maravillosos espectáculos, trenzados a impresionante velocidad. Siemrpe el delantero centro partiendo en flecha hacia el objetivo, con "sprint" soberbio, pero con dominio a pesar de ello de la pelota en todo momento. De ahí sus extraordinarias posibilidades, cada día más acusadas.
Luego de dar una sensación de constantes peligros ante la meta rival, el Atlético marcó su primer gol a los quince minutos: el pase de Mújica a Ben Barek sirvió para que, sin entretenerse, pasara con la cabeza a Pérez Paya, y éste, siempre en la brecha, tal como le llegaba la pelota empalmó un tiro raso y cruzado que llegó a la red, sin que el portero supiera por dónde. En la reacción valencianista, el ataque forastero tuvo una de esas raras oportunidades, en las que lo incomprensible resulta lanzar fuera la pelota. Pero ésto es lo que ellos hicieron.
Exactamente, a la media, hora, los rojiblancos marcaron un segundo gol magnífico: fué Silva el que llevó adelante la jugada, hasta poner la pelota a los pies de Juncosa. Este esquivó los riesgos para centrar tan pasado, que la pelota llegó sola, a la demarcación de Escudero. Y, éste, no obstante sus molestias, físicas, remató con certero cabezazo que Quique no pudo evitar.
Todavía un minutó antes de terminar el primer plazo, uno de los ataques locales cercó la meta contraria, Méndez, este jugador sin excesivo brilló, pero de tan eficaz acoplamiento al común esfuerzo, reiteró los peligros, hasta que en el barullo en torno a la meta, Ben Barek recogió la pelota a modo de fabuloso cucharón, la alojó en la garganta del pie y la insertó luego, como si dispusiera de tentáculos, en el fondo de la red. Una jugada y un gol como, un malabarismo circense.
Con 3 a 0 es difícil que un equipo no se desmoralice. Pero el Valencia, en el segundo tiempo (éste es su mayor elogio), siguió atacando. Sin embargo, a los dos minutos, Pérez Paya se adentró én el área, Monzó le hizo una falta, y el "penalty" disparado por Mújica fue el cuarto tanto. Con tal diferencia y sin aflojar la velocidad del juego, el Atlético atacó y desplegó sus fuerzas con más brillantez si cabe; la defensa valenciana contuvo con seguridad, y sus delanteros, faltos de enlaces firmes, atacaron mucho, pero sin profundidad. Y así el juego concluyó con un resultado justo que prestigia al Atlético y nos hace dudar de la calidad de los vencidos, que, esto sí, pusieron enorme voluntad por superar las dificultades que se les plantearon.