Ficha de partido
RCD Espanyol
5 - 2
Valencia CF
Equipos titulares
2
Sustituciones
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Javier Subirats (Falta)
20'
OrejuelaMolinos
35'
Descanso
45'
Pablo Rodríguez
49'
MarañónGallart
52'
Jiménez
59'
Murua
65'
Jiménez
68'
Darío Felman
70'
Zúñiga
70'
Kurt WelzlDaniel Solsona
80'
Márquez
87'
Orejuela
88'
Final del partido
90'
Estadio
Rival: RCD Espanyol
Records vs RCD Espanyol
Máximo goleador: Mundo Suárez (21 goles)
Goleador rival: Prat (9 goles)
Más partidos: Juan Ramón Santiago (28 partidos)
Mayor victoria: 4 - 0 (19.10.2003)
Mayor derrota: 0 - 7 (10.06.1928)
Más repetido: 2-1 (25 veces)
Crónica
La situación del Valencia, la anormal situación del Valencia, es una de las rarezas del actual campeonato de Liga. La desesperación de los valencianos para escapar de la fatídica zona del descenso y la presunción de que el equipo dispone de los hombres necesarios para reaccionar a la desesperada en cualquier momento, convierten a los valencianos en un adversario mucho menos cómodo de lo que su actual clasificación parece proclamar. De ahí que su visita a Sarriá, y ante un Español en horas bajas y que decepcionó rotundamente la semana anterior en Pamplona, fuese vista con no pocos temores desde una óptica blanquiazul. Y a tenor del desarrollo del match, a los 50 minutos de juego los temores en cuestión parecieron quedar plenamente confirmados. Pero una espectacular reacción blanquiazul, que dio la vuelta al partido y con tanteo de escándalo, parece dejar de nuevo la estampa del «once» valenciano en los parámetros de desprestigio que actualmente ocupa. Y tras la aparatosa derrota, es más que posible que el once de Mestalla entre en barrena irremisiblemente. Al tiempo.
Los primeros 45 minutos fueron valencianos de punta a punta. Los blancos parecían técnicamente muy superiores y su organización táctica, en especial en el medio campo era mucho más ordenada y operante que la del Español. Roberto, Subirats (con un dorsal número 9 puramente simbólico) y Solsona superaron a sus rivales y consiguieron lanzar en incontables ocasiones siones a sus dos hombres punta, Pablo y Felman, que nos parecieron dos «specimens» muy válidos de esa cosa cada día más rara en los terrenos de fútbol, antes denominábamos delanteros. Esos dos hombres, Felman y Pablo, jugaban un fútbol fácil, profundo, hábil, con el norte obsesivo de jugar en vertical y con muy pocos remilgos llegado el momento de intentar el remate.
Se llegó al descanso con ventaja visitante de un gol (en saque de falta de Subirats, a los 18 m.) ventaja perfectamente justificada y que pudo haber sido más concluyente incluso. Sin olvidar por ello, que a Giménez (31 m.), le fue anulado un gol por fuera de juego que nos pareció bastante discutible y que el Español dispuso también de algunas situaciones de gol claras que no acertó a materializar, pero en conjunto, repitámoslo, el Valencia jugó mucho mejor y tuvo en sus manos las riendas del partido. En los últimos diez minutos y, sin duda, buscando un cambio táctico tendente a un robustecimiento de la parcela atacante, Molinos fue sustituido por Orejuela, cambio que momentáneamente, no se observó que surtiera a efectos. Pero luego vendría un segundo tiempo que seguramente abonó la réctificación del técnico españolista.
Apenas iniciado el segundo tiempo, Pablo culmina una acción individual, en la que N'Kono no anduvo por cierto, muy inspirado, con la obtención del segundo gol visitante. Un 0-2 que por lo que habíamos visto en el primer período, nos hizo pensar que se convertiría en obstáculo insuperable para los locales. Por cierto, que a raíz de ese segundo gol valenélanista, un nutrido sector de espectadores se dedicó a corear las acciones de los contendientes con gritos de «tongo, tongo, tongo». Que esos visionarios son cualquier cosa menos aficionados al fútbol, el resultado final lo proclama escandalosamente y se podría pagar para conocerlos.
Ese segundo gol valencianista es evidente que obró de revulsivo sobre el ánimo de los jugadores locales, cuya reacción no se hizo esperar. Y anotemos también que la misma coincidión con la incorporación de Marañón y la retirada de Gallart, en una segunda y desesperada intentona de densificar el fútbol de ataque...
En los minutos 15 y 22 de este segundo tiempo y por mediación de Giménez y Murúa, con intervención previa en ambas jugadas de Orejuela, el Español igualó el marcador entre el delirio de unos graderíos apasionados como pocas veces y que tardarán mucho tiempo a olvidar la impresionante segunda parte blanquiazul. La igualada a dos, que ya constituía una hazaña, no fue sino el prólogo de otros tres goles locales, que dio un vuelco espectacular al match y que provocó el entusiasmo tan enloquecido como justificado de los graderíos. Giménez primero y Orejuela después, por partida doble, firmaron los goles tercero, cuarto y quinto y, se convirtieron de ese modo en protagonistas incuestionables de una vitoria rotunda y sorprendente, diríamos, que lograda por encima de todo, por una reserva de moral, de ilusión y de pundonor, más importante y decisiva que la posible mejoría en el juego.
Atrás el Valencia, ya a raíz del empate, bordeó la descomposición y se convirtió en un adversario vulnerable, muy vulnerable. Pero su medio campo y sus hombres punta no se entregaron ya así aún tenemos anotada una vaselina de Subirats y un gol discutiblemente anulado a Roberto, que pudieron reimplantar sobre el ya casi inexistente césped de Sarriá la virulencia de una partida todavía no sentenciada. Pero ante el Español de esa segunda parte todo hubiese sido inútil, por su capacidad de entrega, por su entusiasmo sin cotas límite y por la euforia contagiosa que acabó por prendar entre los hombres vestidos de blanquiazul, que tal vez jueguen a lo largo de lo que queda de competición algún partido mejor táctica o técnicamente hablando pero que difícilmente lograrán repetir una tan brillante ilustración de potencia y de ilusionada capacidad de sacrificio.
No un gran partido, es cierto, pero sí noventa minutos de tensión, de sorpresas, de encrespados altibajos, de emoción y de espectacularidad, ingredientes todos ellos que pesan de un modo decisivo en la estructura y materialización de esa especie de duende que el fútbol posee...
Los primeros 45 minutos fueron valencianos de punta a punta. Los blancos parecían técnicamente muy superiores y su organización táctica, en especial en el medio campo era mucho más ordenada y operante que la del Español. Roberto, Subirats (con un dorsal número 9 puramente simbólico) y Solsona superaron a sus rivales y consiguieron lanzar en incontables ocasiones siones a sus dos hombres punta, Pablo y Felman, que nos parecieron dos «specimens» muy válidos de esa cosa cada día más rara en los terrenos de fútbol, antes denominábamos delanteros. Esos dos hombres, Felman y Pablo, jugaban un fútbol fácil, profundo, hábil, con el norte obsesivo de jugar en vertical y con muy pocos remilgos llegado el momento de intentar el remate.
Se llegó al descanso con ventaja visitante de un gol (en saque de falta de Subirats, a los 18 m.) ventaja perfectamente justificada y que pudo haber sido más concluyente incluso. Sin olvidar por ello, que a Giménez (31 m.), le fue anulado un gol por fuera de juego que nos pareció bastante discutible y que el Español dispuso también de algunas situaciones de gol claras que no acertó a materializar, pero en conjunto, repitámoslo, el Valencia jugó mucho mejor y tuvo en sus manos las riendas del partido. En los últimos diez minutos y, sin duda, buscando un cambio táctico tendente a un robustecimiento de la parcela atacante, Molinos fue sustituido por Orejuela, cambio que momentáneamente, no se observó que surtiera a efectos. Pero luego vendría un segundo tiempo que seguramente abonó la réctificación del técnico españolista.
Apenas iniciado el segundo tiempo, Pablo culmina una acción individual, en la que N'Kono no anduvo por cierto, muy inspirado, con la obtención del segundo gol visitante. Un 0-2 que por lo que habíamos visto en el primer período, nos hizo pensar que se convertiría en obstáculo insuperable para los locales. Por cierto, que a raíz de ese segundo gol valenélanista, un nutrido sector de espectadores se dedicó a corear las acciones de los contendientes con gritos de «tongo, tongo, tongo». Que esos visionarios son cualquier cosa menos aficionados al fútbol, el resultado final lo proclama escandalosamente y se podría pagar para conocerlos.
Ese segundo gol valencianista es evidente que obró de revulsivo sobre el ánimo de los jugadores locales, cuya reacción no se hizo esperar. Y anotemos también que la misma coincidión con la incorporación de Marañón y la retirada de Gallart, en una segunda y desesperada intentona de densificar el fútbol de ataque...
En los minutos 15 y 22 de este segundo tiempo y por mediación de Giménez y Murúa, con intervención previa en ambas jugadas de Orejuela, el Español igualó el marcador entre el delirio de unos graderíos apasionados como pocas veces y que tardarán mucho tiempo a olvidar la impresionante segunda parte blanquiazul. La igualada a dos, que ya constituía una hazaña, no fue sino el prólogo de otros tres goles locales, que dio un vuelco espectacular al match y que provocó el entusiasmo tan enloquecido como justificado de los graderíos. Giménez primero y Orejuela después, por partida doble, firmaron los goles tercero, cuarto y quinto y, se convirtieron de ese modo en protagonistas incuestionables de una vitoria rotunda y sorprendente, diríamos, que lograda por encima de todo, por una reserva de moral, de ilusión y de pundonor, más importante y decisiva que la posible mejoría en el juego.
Atrás el Valencia, ya a raíz del empate, bordeó la descomposición y se convirtió en un adversario vulnerable, muy vulnerable. Pero su medio campo y sus hombres punta no se entregaron ya así aún tenemos anotada una vaselina de Subirats y un gol discutiblemente anulado a Roberto, que pudieron reimplantar sobre el ya casi inexistente césped de Sarriá la virulencia de una partida todavía no sentenciada. Pero ante el Español de esa segunda parte todo hubiese sido inútil, por su capacidad de entrega, por su entusiasmo sin cotas límite y por la euforia contagiosa que acabó por prendar entre los hombres vestidos de blanquiazul, que tal vez jueguen a lo largo de lo que queda de competición algún partido mejor táctica o técnicamente hablando pero que difícilmente lograrán repetir una tan brillante ilustración de potencia y de ilusionada capacidad de sacrificio.
No un gran partido, es cierto, pero sí noventa minutos de tensión, de sorpresas, de encrespados altibajos, de emoción y de espectacularidad, ingredientes todos ellos que pesan de un modo decisivo en la estructura y materialización de esa especie de duende que el fútbol posee...