Ficha de partido
Valencia CF
1 - 0
Sevilla FC
Equipos titulares
Sustituciones
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Momo SissokoDavid Albelda
19'
Redondo
20'
Roberto Ayala
34'
Podestá
37'
Descanso
45'
Santi Cañizares
50'
Pablo Alfaro
54'
Miguel Ángel MistaAsist: Vicente Rodríguez
60'
ReyesGallardo
63'
Miguel Ángel AnguloJorge López
65'
HornosPodestá
68'
Óscar
76'
Javier Garrido
79'
Jesús NavasAntonio López
79'
Xisco MuñozMiguel Ángel Mista
79'
Final del partido
90'
Estadio
Rival: Sevilla FC
Records vs Sevilla FC
Máximo goleador: Mundo Suárez (28 goles)
Goleador rival: Campanal (21 goles)
Más partidos: Fernando Gómez (31 partidos)
Mayor victoria: 8 - 0 (17.10.1943)
Mayor derrota: 3 - 10 (13.10.1940)
Más repetido: 2-0 (27 veces)
Crónica
Sesenta minutos para sufrir y treinta para disfrutar y ganar. El Valencia se encontró ayer con uno de los rivales más correosos de la Liga, quizás el conjunto que mejor se desenvuelve en la trastienda del fútbol. Ante este equipo, físico y apasionado del cuerpo a cuerpo, disciplinado hasta aburrir, el cuadro de Benítez debía imponer su estilo.
Tardó mucho en hacerlo, porque durante una hora larga cayó en la trampa del Sevilla. Pero reaccionó a tiempo y logró la victoria. Más que suficiente. No era este un partido para jugar, sino para sufrir y ganar. No hubo cartas marcadas. Todo estuvo muy claro desde el principio. Pronto se vio que algo no marchaba bien. Transcurridos veinte minutos de encuentro, los pupilos de Caparrós habían gozado de dos clamorosas ocasiones de gol, en las botas de Martí y Darío Silva, mientras que lo más reseñable en el bando valencianista era la lesión de Albelda. Si la ausencia del sancionado Carboni sembraba la alarma en los prolegómenos del choque, la del capitán podía resultar definitiva.
El conjunto hispalense no sufría en Mestalla. Su entramado táctico consistía en enredar en el centro del campo a los cerebros de Benítez, no dejarles pensar. Las jugadas casi nunca llegaban al tercer toque. Siempre emergía una pierna traicionera que cortaba la pelota o derribaba al jugador ante la permisividad de un colegiado que pareció pensar que lo de anoche no iba con él. Si le hubieran aplicado la máquina de la verdad, en ocasiones la hubiera reventado. Curro Torres y su tobillo o Sissoko y su codo, pisados por Darío Silva y Navas, dan fe de ello. Ante un espectáculo tan trabado, las palmas tardaron más de media hora en llegar a Mestalla. Las reivindicaron hombres como Baraja, Vicente, Aimar o un sorprendente Garrido, el as que Benítez tenía guardado en la manga para hacer más llevadera la ausencia de Carboni.
Sin embargo, los amagos de reacción fueron fruto de lances aislados, insuficientes para cambiar el cada vez más sombrío rumbo del encuentro. La agresividad y disciplina táctica del Sevilla se confundía con los cánticos machacones de la grada. Una atronadora mascletà en los aledaños del feudo valencianista se convirtió en parte del espectáculo... era la guerra. El Sevilla ya tenía lo que quería. Desterrados los virtuosismos, Caparrós había conseguido convertir el liceo blanquinegro en un ring de boxeo. Y ahí su equipo tenía todas las de ganar.
Pero entonces llegó la anhelada reacción. Olvidada cualquier esperanza de despedir el año con un fútbol seductor, el Valencia decidió recurrir a las armas de su rival. Apretó los dientes y puso el coraje que se había echado en falta hasta entonces. Manos a la obra y a presionar en el centro del campo. Sissoko mostró el camino con dos jugadas de rabia. Alfaro elevó varios grados la temperatura de Mestalla al voltear a Aimar en el borde del área. El sevillista, licenciado en medicina, tendría el futuro resuelto con todos los pacientes que va dejando, domingo a domingo, en los terrenos de juego. Y Vicente, otra vez, rompió el cerrojo. Envió dos balones endemoniados a Mista. El primero sirvió para el lucimiento personal de Esteban pero el segundo puso al Valencia en la senda de la victoria y del liderato.
Abierto el marcador, emergieron los espacios. El centro del campo, oxigenado por la pérdida de intensidad defensiva del Sevilla, se convirtió en el terreno idóneo para que los finos estilistas blanquinegros expresaran su talento. Sin tarascadas, llegó el espectáculo. Al menos, como se entiende por estas latitudes. El fútbol de toque lo pusieron Baraja y Aimar, la velocidad corrió a cargo de Vicente y Mista volvió a ser la amenaza que un equipo como el Valencia necesita tener siempre en el área rival. Los cambios ofensivos de Caparrós, que por fin se atrevió a dar entrada a Reyes, hicieron más peligroso al Sevilla. Pero también a las huestes de Benítez, que disfrutaron de ocasiones suficientes para obtener una plácida victoria. El logrado anoche por el Valencia fue el triunfo de la inteligencia de un equipo que supo leer el partido y reaccionar a tiempo para acostarse líder. En Mestalla no solo ganó el Valencia. Por encima de todo, lo hizo el fútbol.
Tardó mucho en hacerlo, porque durante una hora larga cayó en la trampa del Sevilla. Pero reaccionó a tiempo y logró la victoria. Más que suficiente. No era este un partido para jugar, sino para sufrir y ganar. No hubo cartas marcadas. Todo estuvo muy claro desde el principio. Pronto se vio que algo no marchaba bien. Transcurridos veinte minutos de encuentro, los pupilos de Caparrós habían gozado de dos clamorosas ocasiones de gol, en las botas de Martí y Darío Silva, mientras que lo más reseñable en el bando valencianista era la lesión de Albelda. Si la ausencia del sancionado Carboni sembraba la alarma en los prolegómenos del choque, la del capitán podía resultar definitiva.
El conjunto hispalense no sufría en Mestalla. Su entramado táctico consistía en enredar en el centro del campo a los cerebros de Benítez, no dejarles pensar. Las jugadas casi nunca llegaban al tercer toque. Siempre emergía una pierna traicionera que cortaba la pelota o derribaba al jugador ante la permisividad de un colegiado que pareció pensar que lo de anoche no iba con él. Si le hubieran aplicado la máquina de la verdad, en ocasiones la hubiera reventado. Curro Torres y su tobillo o Sissoko y su codo, pisados por Darío Silva y Navas, dan fe de ello. Ante un espectáculo tan trabado, las palmas tardaron más de media hora en llegar a Mestalla. Las reivindicaron hombres como Baraja, Vicente, Aimar o un sorprendente Garrido, el as que Benítez tenía guardado en la manga para hacer más llevadera la ausencia de Carboni.
Sin embargo, los amagos de reacción fueron fruto de lances aislados, insuficientes para cambiar el cada vez más sombrío rumbo del encuentro. La agresividad y disciplina táctica del Sevilla se confundía con los cánticos machacones de la grada. Una atronadora mascletà en los aledaños del feudo valencianista se convirtió en parte del espectáculo... era la guerra. El Sevilla ya tenía lo que quería. Desterrados los virtuosismos, Caparrós había conseguido convertir el liceo blanquinegro en un ring de boxeo. Y ahí su equipo tenía todas las de ganar.
Pero entonces llegó la anhelada reacción. Olvidada cualquier esperanza de despedir el año con un fútbol seductor, el Valencia decidió recurrir a las armas de su rival. Apretó los dientes y puso el coraje que se había echado en falta hasta entonces. Manos a la obra y a presionar en el centro del campo. Sissoko mostró el camino con dos jugadas de rabia. Alfaro elevó varios grados la temperatura de Mestalla al voltear a Aimar en el borde del área. El sevillista, licenciado en medicina, tendría el futuro resuelto con todos los pacientes que va dejando, domingo a domingo, en los terrenos de juego. Y Vicente, otra vez, rompió el cerrojo. Envió dos balones endemoniados a Mista. El primero sirvió para el lucimiento personal de Esteban pero el segundo puso al Valencia en la senda de la victoria y del liderato.
Abierto el marcador, emergieron los espacios. El centro del campo, oxigenado por la pérdida de intensidad defensiva del Sevilla, se convirtió en el terreno idóneo para que los finos estilistas blanquinegros expresaran su talento. Sin tarascadas, llegó el espectáculo. Al menos, como se entiende por estas latitudes. El fútbol de toque lo pusieron Baraja y Aimar, la velocidad corrió a cargo de Vicente y Mista volvió a ser la amenaza que un equipo como el Valencia necesita tener siempre en el área rival. Los cambios ofensivos de Caparrós, que por fin se atrevió a dar entrada a Reyes, hicieron más peligroso al Sevilla. Pero también a las huestes de Benítez, que disfrutaron de ocasiones suficientes para obtener una plácida victoria. El logrado anoche por el Valencia fue el triunfo de la inteligencia de un equipo que supo leer el partido y reaccionar a tiempo para acostarse líder. En Mestalla no solo ganó el Valencia. Por encima de todo, lo hizo el fútbol.